_1 - baladí.
(Del ár. hisp. baladí, y este del ár. clás. baladī, del país).
1. adj. De poca importancia.
2. adj. ant. Propio de la tierra o del país.
“…Ser
inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran
la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal….”
Desconocer
la existencia del fin es la misma muerte de la sensación del paso del tiempo, y
es esquivar la angustia existencial sartreana de sabernos finitos en un mundo
que llegamos algún día a entender como infinito, es saber que hay cosas que
pasarán, que hay personas que nacerán cuando nuestra existencia haya terminado.
Hay un sabernos no-eternos que tiene que
ver con la conciencia de nacer, con un empezar que nos niega la existencia en
todo lo que nos precedió, pero en la línea del tiempo infinito eso es solo un
límite, el otro se va aprendiendo con los años, requieren de un desarrollo cognitivo,
y de un condicionamiento social que nos permite terminar de darnos cuenta de
ello una vez que somos capaces de poder acceder a alguna explicación del
después, del final.
La
memoria colectiva hace que de alguna forma aprehendamos el mundo que vino antes
de nosotros, que lo sintamos como propio, y eso de alguna forma elude la
angustia de la falta de infinitud hacia atrás y solo deja como problema el de
adelante, en nuestra niñez hay personas que empezamos a notar que faltan pero
que estuvieron alguna vez, los abuelos, san martin, y a medida que crecemos
empiezan a morir personas que conocemos y nos damos cuenta que el dolor y el
vacío que dejan pasa a ser una cuestión que tiene que ser trabajada de alguna
forma como grupo social.
El
velorio, el entierro, el luto, la religión. Poco a poco aparece la
incertidumbre de nuestra propia muerte, sabemos que tenemos un tiempo definido
y a la vez incierto, empiezan a pasar etapas en nuestra vida y empezamos a
notar que hay cosas que podríamos haber hecho en esas etapas y que al haberlas
pasado ya quedarán como cosas sin hacer, ni siquiera como tareas pendientes,
sino podríamos decir que como posibles imposibles. Es ahí donde empezamos a
sentir el vértigo.
Mi
primer vértigo lo tuve creo que a los 20 años en el sótano de una librería de
la calle Sarmiento. Con mi amiga Bárbara habíamos ido a visitar a una amiga
suya que trabajaba ahí, y revisando libro tras libro empecé a hacer una lista
imaginaria de todos los que creía necesario leer, de pronto el dueño de la
librería me invita a mirar los del sótano. Al bajar fue tanto lo abrumado que
me sentí, mirando hacia todos lados veía más y más libros y de pronto entendí
que por más que viviera muchos años, por más que me dedicara solo a leer y a
dormir lo mínimo necesario, no podría ser capaz de leer todo antes de mi
muerte, y maldije por primera vez mi condición de finito y mortal.
“…soy
dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa
manera de decir que no soy….”
Luego
Sartre puso en palabras lo que de alguna forma sentía, la incapacidad
ontológica de conocer todas las opciones posibles al momento de decidir, y la
terrible certeza de saber que en el supuesto caso de que uno haya elegido la
mejor opción cada vez que la vida le presento la posibilidad de hacerlo,
ninguna opción compensa a todas las otras que dejamos afuera.
En un
primer momento existió la opción de no elegir, demorando la acción hasta que el
tiempo descartaba opciones como válidas. Las terribles consecuencias de ese
sistema me invitaron a abandonarlo, para caer en otros como dejar que decidan
otros, o ponerse a uno mismo máxima que automáticamente descartaban
posibilidades liberando el camino, haciendo las decisiones más sencillas. Esto
también me espantó, y pase por una tercera etapa en donde hacia el esfuerzo por
intentar discernir cuales interrogantes era necesario responder y cuáles eran
inventados y no hacían a lo esencial, y me di cuenta que el mayor poder que uno
tiene sobre su devenir es decidir sobre que cosas uno tiene que decidir y sobre
que otras no, en ese estado estoy ahora, pero requiere de algo que ordene las
decisiones en pos de un objetivo, esa búsqueda es otro viaje.
“…Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No
hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un
estímulo extraordinario nos restituía al mudo físico. Por ejemplo, aquella
mañana, el viejo goce elemental de la lluvia…”
Me
gusta pensar la vida de esa forma, solía decir que el objetivo en la vida era
buscar la belleza, después pasé a
llamarlo lo sublime, y decidí adoptar
hace poco el método Totiano de la permanente búsqueda de algo que me emocione.
El futuro licenciado Toti suele evaluar cualquier suceso de su vida en ese
sencillo dualismo cuasi platónico, me emociona – no me emociona. La vida entonces cobraría sentido cada vez que
nos emocionamos, podríamos llegar a construir una metáfora de un permanente
sueño o estado de inconsciencia del que nos despertamos solamente cuando
conseguimos sentir algún tipo de
emoción.
Ahora, cualquier tipo? Recuerdo una escena de la aparentemente
banal película norteamericana Hombres de Negro en donde el agente interpretado
por Tomy Lee Johnes mira a su esposa desde un satélite mientras ella piensa que
él murió hace años, en ese momento se acerca el personaje del negro y le dice,
como dicen por ahí, mejor haber amado y perdido a nunca haber amado, a lo que
el otro solamente le responde, inténtalo. Muchas veces plantee mi vida en los
términos de la frase hecha que mencioné recién, me parecía más importante pasar
por algo intenso a quedarme en un lugar seguro, protegido de malas
experiencias, con menos riesgo de ser lastimado. No creía encontrar ninguna
consecuencia posible que me hiciera dudar de tomar el riego. Años después, sin
haber pasado por ninguna experiencia traumática realmente, pero habiendo vivido
de cerca experiencias ajenas llegue a la conclusión de que es necesario tomar
algunos recaudos, hay costos que son excesivos, difícil es, o quizás imposible,
saberlo antes de haberlos tomados, pero a veces se puede parar a tiempo. Los
costos a que me refirieron son los que nos dañan de tal forma que nos dejan
cicatrices difíciles de curar, cicatrices que impiden que nos podamos abrir a
sentir nuevamente, la mayoría de las veces se trata de curados que llevan algún
tiempo, y hay miles y miles de libros, bebidas alcohólicas y chocolates que
prometen ayudarnos a que sea el menor posible, pero no hay magias, sino
procesos, que uno puede encarar o intentar huir o demorar.
“… La muerte (o su ilusión) hace precisos y
patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada
acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por
desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el
valor de lo irrecuperable y de lo azaroso…”
La
finitud de la vida, la incontenible fugacidad de los momentos, la tozuda manía
del tiempo de correr en una sola dirección y a una sola velocidad. De las 4
dimensiones que comprende el hombre, la más limitada, y por qué no, la menos
entendible. A menudo el vértigo me saca
de sopores en los que esa dimensión parece arrojarme. Casi siempre esa
sensación de impotencia por no ser capaz de afectar en nada al paso de las
horas viene de la mano de despertares emocionantes, de lapsos de nuestro
devenir a los que me quiero atar, en los que me gustaría quedarme más, no sé si
más tiempo, pero más, o quizás sea mejor, en vez de más. Quizás no sea una
cuestión de longitud sino de espesor. Patéticos son los recursos de los que uno
se vale para insistir en eso, cerrar los ojos, abrirlos más de lo posible,
saborear todo a fondo, tocar, como si un sentido más pudiese dejar una marca
más profunda en nuestro recuerdo. Precisamente es en esos momentos en donde
menos piensa uno en el aquí y en el ahora, nuestra masoquista mente se retuerce
en mañanas, en finales, en futuras ausencias, en aniversarios tristes.
“…Cuando
se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No
es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me presentaron con
las que fueron símbolos de la suerte de quién me acompañó tantos siglos. Yo he
sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos; estaré
muerto…”
Intentar
ser todos, ser el mundo, es la muerte, es allí donde la unidad se junta con el
todo, mientras tanto solo nos queda ser todos los nosotros que queramos, como
momentos de nosotros internos y momentos de nosotros externos...
Siempre con
soledades, pero, con suerte, a menudo, acompañadas.
Isla Mujeres. 29 de enero de
2012
Las citas son del cuento El Inmortal, de Jorge Luis Borges.
La primera vez que vi una pelicula porno me senti finito. Estoy releyendo Rayuela, que existencialista estaba Julio en esa epoca!! Etienne y Ronald son Jonquieres
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