domingo, 29 de enero de 2012

Ser Inmortal es baladí (1)




_1 - baladí.

   (Del ár. hisp. baladí, y este del ár. clás. baladī, del país).
   1. adj. De poca importancia.
   2. adj. ant. Propio de la tierra o del país.



“…Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal….”

Desconocer la existencia del fin es la misma muerte de la sensación del paso del tiempo, y es esquivar la angustia existencial sartreana de sabernos finitos en un mundo que llegamos algún día a entender como infinito, es saber que hay cosas que pasarán, que hay personas que nacerán cuando nuestra existencia haya terminado.  Hay un sabernos no-eternos que tiene que ver con la conciencia de nacer, con un empezar que nos niega la existencia en todo lo que nos precedió, pero en la línea del tiempo infinito eso es solo un límite, el otro se va aprendiendo con los años, requieren de un desarrollo cognitivo, y de un condicionamiento social que nos permite terminar de darnos cuenta de ello una vez que somos capaces de poder acceder a alguna explicación del después, del final.

La memoria colectiva hace que de alguna forma aprehendamos el mundo que vino antes de nosotros, que lo sintamos como propio, y eso de alguna forma elude la angustia de la falta de infinitud hacia atrás y solo deja como problema el de adelante, en nuestra niñez hay personas que empezamos a notar que faltan pero que estuvieron alguna vez, los abuelos, san martin, y a medida que crecemos empiezan a morir personas que conocemos y nos damos cuenta que el dolor y el vacío que dejan pasa a ser una cuestión que tiene que ser trabajada de alguna forma como grupo social.

El velorio, el entierro, el luto, la religión. Poco a poco aparece la incertidumbre de nuestra propia muerte, sabemos que tenemos un tiempo definido y a la vez incierto, empiezan a pasar etapas en nuestra vida y empezamos a notar que hay cosas que podríamos haber hecho en esas etapas y que al haberlas pasado ya quedarán como cosas sin hacer, ni siquiera como tareas pendientes, sino podríamos decir que como posibles imposibles. Es ahí donde empezamos a sentir el vértigo.

Mi primer vértigo lo tuve creo que a los 20 años en el sótano de una librería de la calle Sarmiento. Con mi amiga Bárbara habíamos ido a visitar a una amiga suya que trabajaba ahí, y revisando libro tras libro empecé a hacer una lista imaginaria de todos los que creía necesario leer, de pronto el dueño de la librería me invita a mirar los del sótano. Al bajar fue tanto lo abrumado que me sentí, mirando hacia todos lados veía más y más libros y de pronto entendí que por más que viviera muchos años, por más que me dedicara solo a leer y a dormir lo mínimo necesario, no podría ser capaz de leer todo antes de mi muerte, y maldije por primera vez mi condición de finito y mortal.

“…soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy….”

Luego Sartre puso en palabras lo que de alguna forma sentía, la incapacidad ontológica de conocer todas las opciones posibles al momento de decidir, y la terrible certeza de saber que en el supuesto caso de que uno haya elegido la mejor opción cada vez que la vida le presento la posibilidad de hacerlo, ninguna opción compensa a todas las otras que dejamos afuera.

En un primer momento existió la opción de no elegir, demorando la acción hasta que el tiempo descartaba opciones como válidas. Las terribles consecuencias de ese sistema me invitaron a abandonarlo, para caer en otros como dejar que decidan otros, o ponerse a uno mismo máxima que automáticamente descartaban posibilidades liberando el camino, haciendo las decisiones más sencillas. Esto también me espantó, y pase por una tercera etapa en donde hacia el esfuerzo por intentar discernir cuales interrogantes era necesario responder y cuáles eran inventados y no hacían a lo esencial, y me di cuenta que el mayor poder que uno tiene sobre su devenir es decidir sobre que cosas uno tiene que decidir y sobre que otras no, en ese estado estoy ahora, pero requiere de algo que ordene las decisiones en pos de un objetivo, esa búsqueda es otro viaje.

 “…Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mudo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia…”

Me gusta pensar la vida de esa forma, solía decir que el objetivo en la vida era buscar la belleza, después pasé a llamarlo lo sublime, y decidí adoptar hace poco el método Totiano de la permanente búsqueda de algo que me emocione. El futuro licenciado Toti suele evaluar cualquier suceso de su vida en ese sencillo dualismo cuasi platónico, me emociona – no me emociona.  La vida entonces cobraría sentido cada vez que nos emocionamos, podríamos llegar a construir una metáfora de un permanente sueño o estado de inconsciencia del que nos despertamos solamente cuando conseguimos sentir algún tipo de  emoción. 

Ahora, cualquier tipo? Recuerdo una escena de la aparentemente banal película norteamericana Hombres de Negro en donde el agente interpretado por Tomy Lee Johnes mira a su esposa desde un satélite mientras ella piensa que él murió hace años, en ese momento se acerca el personaje del negro y le dice, como dicen por ahí, mejor haber amado y perdido a nunca haber amado, a lo que el otro solamente le responde, inténtalo. Muchas veces plantee mi vida en los términos de la frase hecha que mencioné recién, me parecía más importante pasar por algo intenso a quedarme en un lugar seguro, protegido de malas experiencias, con menos riesgo de ser lastimado. No creía encontrar ninguna consecuencia posible que me hiciera dudar de tomar el riego. Años después, sin haber pasado por ninguna experiencia traumática realmente, pero habiendo vivido de cerca experiencias ajenas llegue a la conclusión de que es necesario tomar algunos recaudos, hay costos que son excesivos, difícil es, o quizás imposible, saberlo antes de haberlos tomados, pero a veces se puede parar a tiempo. Los costos a que me refirieron son los que nos dañan de tal forma que nos dejan cicatrices difíciles de curar, cicatrices que impiden que nos podamos abrir a sentir nuevamente, la mayoría de las veces se trata de curados que llevan algún tiempo, y hay miles y miles de libros, bebidas alcohólicas y chocolates que prometen ayudarnos a que sea el menor posible, pero no hay magias, sino procesos, que uno puede encarar o intentar huir o demorar.

 “… La muerte (o su ilusión) hace precisos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso…”

La finitud de la vida, la incontenible fugacidad de los momentos, la tozuda manía del tiempo de correr en una sola dirección y a una sola velocidad. De las 4 dimensiones que comprende el hombre, la más limitada, y por qué no, la menos entendible.  A menudo el vértigo me saca de sopores en los que esa dimensión parece arrojarme. Casi siempre esa sensación de impotencia por no ser capaz de afectar en nada al paso de las horas viene de la mano de despertares emocionantes, de lapsos de nuestro devenir a los que me quiero atar, en los que me gustaría quedarme más, no sé si más tiempo, pero más, o quizás sea mejor, en vez de más. Quizás no sea una cuestión de longitud sino de espesor. Patéticos son los recursos de los que uno se vale para insistir en eso, cerrar los ojos, abrirlos más de lo posible, saborear todo a fondo, tocar, como si un sentido más pudiese dejar una marca más profunda en nuestro recuerdo. Precisamente es en esos momentos en donde menos piensa uno en el aquí y en el ahora, nuestra masoquista mente se retuerce en mañanas, en finales, en futuras ausencias, en aniversarios tristes.

“…Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me presentaron con las que fueron símbolos de la suerte de quién me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos; estaré muerto…”

Intentar ser todos, ser el mundo, es la muerte, es allí donde la unidad se junta con el todo, mientras tanto solo nos queda ser todos los nosotros que queramos, como momentos de nosotros internos y momentos de nosotros externos...
Siempre con soledades, pero, con suerte, a menudo, acompañadas.

Isla Mujeres. 29 de enero de 2012

Las citas son del cuento El Inmortal, de Jorge Luis Borges.

1 comentario:

  1. La primera vez que vi una pelicula porno me senti finito. Estoy releyendo Rayuela, que existencialista estaba Julio en esa epoca!! Etienne y Ronald son Jonquieres

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