viernes, 24 de febrero de 2012


Koh Lanta

Después de Khao Lak, el siguiente movimiento natural tendría que haber sido Koh Phi Phi, sin embargo ellos eligieron Koh Lanta, y para ahorrar el sesenta por ciento del precio del pasaje decidieron ir por su cuenta.
Los primeros rayos de sol de la mañana cayeron en sus cabezas luego de media hora de espera en la parada del bus. No podían ir a desayunar por miedo a perder el micro. Tampoco podían quedarse sentados en la parada, ya que de no hacerle una seña, el bus no se detendría.
Luego de dos horas de espera, finalmente subieron y luego de dos horas, estaban en Phuket.
El calor era agobiante, como siempre, el peso de las mochilas parecía multiplicarse con el paso de las horas, con el paso de los metros.
En Phuket la joven pareja abordó una minivan con destino a Koh Lanta. Nadie les había advertido que el viaje duraría cinco horas, nadie les había advertido que como compañeras de viaje tendrían a un par de chicas francoparlantes que hablarían sin cesar durante las primeras tres horas.
De pronto, con la espontaneidad característica de los fenómenos climáticos en el sureste asiático, “el dios de la tormenta quiso abrir la caja de los truenos y tronó”. La lluvia era tan intensa que rápidamente se formaron enormes charcos sobre la autopista, que lejos de acobardar al conductor, aceleraba generando un desplazamiento acuático a los costados del vehículo que ya a estas alturas era un verdadero anfibio. El particular fenómeno provocado por la velocidad y la lluvia, no sorprendió a la joven pareja, acostumbrada ya a los avatares del tránsito, tan propios del cono sur. Sin embargo provocó el terror de las muchachas francoparlantes, quienes como por arte de magia, hicieron silencio durante el resto de la jornada. Ambos se miraron y rieron satisfechos, pensando que no hay mal que por… (exacto).
Llegaron a Koh Lanta bien entrada la noche, bajo la lluvia. Ni bien bajaron de la minivan, varios conductores de tuc tucs se abalanzaron sobre ellos ofreciendo viajes por las sumas más disparatadas que uno podría imaginar, y luego de algunos minutos de regateo se subieron a uno que los llevó a un hostel cualquiera, cuyo nombre habían tomado de la Lonely planet, porque no tenían reserva alguna.
Como no podía ser de otra manera, el hostel en cuestión estaba completo. Él se maldijo para sus adentros pensando que debió haberse quedado despierto la noche anterior y buscar en internet una habitación. Ella pensó que lo mejor era seguir buscando. A los pocos minutos ya tenían una habitación en lo que parecía un Café, aunque después resultara un prostíbulo.
Koh Lanta les pareció una playa más, nada diferente de lo que ya venían viendo, muchos resorts, bares, restaurants, turistas europeos por doquier. Sin embargo nunca se cansaban de las largas playas, la cálida temperatura de las aguas del mar de Andaman, ni de los atardeceres en la playa. Disfrutaban mucho las caminatas en la playa, las charlas comiendo ananá recién cortada, del snorkeling.
Decidieron sacar ticket para ir a Koh Phi Phi al siguiente día. Aunque el destino tenía otros planes.
Con pasaje en mano, se conectaron a internet para buscar alojamiento en Koh Phi Phi, les había advertido que esta pequeña isla estaría abarrotada de turistas fiesteros, pero no podían despedirse de Tailandia sin conocerla, la idea de “la playa” era casi magnética.
Por casualidad, al conectarse revisaron el FB y encontraron un mensaje de los amigos catalanes que habían conocido en Koh Tao, Albert y Alba. De esos amigos de viaje que de compartir tanto en tan poco tiempo ya suenan como grandes amigos. Los amigos catalanes les contaban que también estaban en Koh Lanta y que no fueran a Phi Phi, que era perder tiempo y dinero. Todo es más intenso en los viajes pensaba el mientras contestaba el mensaje y ella pensaba en devolver los tickets recién comprados. Arreglaron para encontrarse, de nuevo él pensó en la intensidad de ciertas cosas en los viajes.
Al día siguiente alquilaron una moto, a la que bautizaron “Mogollón”, que en catalán quiere decir “un montón” y fueron a recorrer la isla con los amigos. Comieron helado y fueron el kayak a las islas cercanas. Por la tarde, los cuatro contemplaron el atardecer en la playa, con mate y se despidieron con comida italiana… en un local local.

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