miércoles, 8 de febrero de 2012

Bangkok


Tailandia es como la nena nueva del grado. Esa nena que, ni bien la ves, te cae mal, muy mal. No sabes porque, pero todo lo que hace te molesta. Sus movimientos, sus gestos, lo que dice, todo te provoca repulsión, te pone de mal humor, te dan ganas de insultarla. Ahora mientras pasan las horas, te das cuenta de que ese odio no es odio hacia ella. En realidad el odio es con vos. Estás enojado con vos mismo porque no podes sacártela de la cabeza. Porque en realidad lo que te pasa es que te atrae, que la querés, que la quisiste ni bien la viste entrar.
Eso pasa con Tailandia. El fétido olor a pescado de la frontera thai-camboyana (por culpa de los mil puestos de comida que la rodean), el calor insoportable de un invierno que se parece al peor día de verano porteño. La estupidez de tener que pasar la frontera caminando con la mochila y chirimbolos a cuestas porque los buses camboyanos no pueden circular por Tailandia. Dos horas de cola en la frontera al rayo del sol para que no revisen absolutamente nada del equipaje. Tres horas más de viaje en una Combi con las mochilas apiladas viniéndose encima de uno. Llegar a Bangkok y que los mapas que te dan no tengan todas las calles y que los nombres de las mismas estén en thai. Que el taxista te diga un precio y después te cobre otro, que te quiera dejar en cualquier parte en lugar de hacerlo donde le pediste y que no entienda el concepto de three blocks ahead –en todas sus imaginables variaciones lingüísticas en inglés, en castellano y en pictionari-.

Pero después Bangkok, preciosa Bangkok, con su tráfico más ordenado que en ninguna otra ciudad de indochina -con la excepción de Singapur-, sus autopistas que recuerdan a Buenos Aires, sus canales, su rio, sus mercados, sus templos de llamativos colores, su rey cuya imagen esta por todas partes. Su gente amable que te regala 100 bahts sin conocerte y cuando más lo necesitas, y sus prolíficos e ingeniosos estafadores callejeros –intentaron timarnos tres veces en 24 horas.
En Bangkok es más fácil seguir las cúpulas de los monumentos que seguir las calles para no perderse. Se puede ir en lancha por el rio desde el centro hasta la estación de tren. Tiene subtes, skytrain, colectivos, taxis de todos colores y tuk-tuks.

Nos vamos BK, en tu tren. Mas atraídos que repelidos, mas queriéndote que odiándote, mas con ganas de tirarte del pelo y salir corriendo que de pasarte de costado sin darte ni bola.

1 comentario:

  1. Habia escrito el comentario y cuando lo fui a subir el Google se lo comió!!!! Les habia puesto algo así como que nos alegraba que la niña nueva al final resultara simpática, jajajja y que sigan conociendo asi juntos aprendemos. También les comentaba que lo de las fronteras es así en toda américa, a excepcion de honrosas oficinas migratorias que ponen algún techito sobre la cabeza de los sufrientes viajeros, a veces nos preguntamos si no habrá algún componente masoquista en esto de viajar así, jajajajaja.La gente también debe cruzar a pie, con las valijas a la rastra, los bolsos, los chicos colgando de las polleras y llorando a los gritos, en fin parece que para conocer hay que sufrir, jajajaja. Los queremos un montonazo, cuidense y sigan escribiendo.

    ResponderEliminar