domingo, 11 de julio de 2010

Revoluciones Incómodas
En el Blog de Fernando Terreno encontre este cuento del polaco
Slawomir Mrozek y me dejo dos sensaciones contrapuestas.
La primera, debida a mi actual militancia y al sentirme identificado con las aspiraciones revolucionarias, fue la de desazón: el cuento estaba demasiado bien escrito como para aceptar que denostara uno de mis ideales más preciados de una forma tan conformista. Pero después me puse a pensar en mis años de estudiante de arquitectura. A lo largo de mis estudios fui constantemente azuzado por el cuerpo docente en general (recuerdo y agradezco valiosas excepciones) a explotar la creatividad, concepto trillado si los hay, que ante la banalización del hecho quedaba reducido a una simple necesidad de novedad, retomada en el cuento como la sensación de aburrimiento. Recuerdo teorizaciones de cafe de maquinita del tipo "ya está todo inventado, solo queda cambiarle la cara" o "eso ya no se usa más" ligando los estilos a momentos historicos, retornos al pensamiento positivista del progreso constante que nos llamaban a dejar ciertos gestos formales como etapas superadas por el avance del arte (o ciencia?) Pero lo que mas recuerdo fue mi angustia, y no sentirla solo mía sino verla en cada uno de mis compañeros, que solo queríamos diseñar un buen edificio, materializar una idea de forma efectiva, rasonable y nos taladraban las orejas con la estúpida necesidad de novedad, como si estuvieramos "desperdiciando" el hecho de que sea un "ejercicio" de la facultad para terminar repitiendo soluciones "viejas". Me pregunto ahora porque esta necesidad de que las cosas pasen a ser viejas, de que lo nuevo tenga el monopolio de sacarnos del aburrimiento. Y vuelve mi esperanza en revoluciones. De esas que se cargan a la maquinaria del pensamiento comercial que nos dice que solo sirve y está bueno lo que nos pueden vender, y que nada de lo que nos puedan vender va a ser bueno por mucho tiempo porque seguramente necesites otro más nuevo porque es mejor. Y vuelvo a recordar lo bueno de lo viejo, y grito mi derecho a elegir yo mismo que quiero cambiar y que no, y que me divierte y que me aburre, porque últimamente:
_ el desenfreno por la novedad.
_ la necesidad de comprar todo.
_ la necesidad de venderme y ponerme un precio.
_ la necesidad de decretar la obsolescencia de todo lo viejo.
_ la necesidad de pensar que las revoluciones son solemente incómodas...
me aburren... y me incomodan...
con ustedes el cuento...

La revolución
(de La vida difícil)

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo... Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio –es decir, el cambio seguía siendo un cambio–, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.


sacado del blog de Fernando

martes, 9 de marzo de 2010



No buscamos consuelo ni en el pasado ni en el futuro. Nadie puede decirnos cual será el futuro ni con cuales instrumentos se le puede comer.


Es imposible no engañarse sobre el futuro y sobre el se pueden decir cuantas mentiras se quieran.


Para nosotros, los gritos sobre el futuro equivalen a las lágrimas sobre el pasado.

El repetido sueño con los ojos abiertos de los románticos. El delirio simiesco del viejo sueño paradisíaco con atuendos contemporáneos.


Quien hoy se ocupe del mañana se ocupa en no hacer nada.


Y quien mañana no nos de nada de lo que haya hecho hoy no es de ninguna utilidad para el futuro.


El hoy pertenece al hecho.


Lo tendremos en cuenta también mañana.


Dejemos el pasado a nuestras espaldas como una carroña.


Dejemos el futuro a los profetas.


Nosotros nos quedaremos con el hoy.


del "Manifiesto Realista"

Naum Gabo & Antoine Pevsner.